Comentario
Capítulo CXXXV
Que trata de la salida del gobernador de la ciudad de Cañete para la ciudad Imperial y de la burla que hizo un yanacona a Teopolicán
Dejando el recaudo que se requería a los sustentadores que en aquella ciudad quedaban, dejó por su teniente al capitán Diego Reinoso, y se partió de esta ciudad, lunes a veinte días del mes de enero de mil y quinientos y cincuenta y ocho años. Llegado a la ciudad Imperial, fue recebido con gran alegría de aquellos sustentadores con la posibilidad que en aquella sazón tenía. Luego escomenzó a repartir la tierra y dalla a los conquistadores, aunque la tierra no estaba como cuando entramos con el gobernador don Pedro de Valdivia, porque faltaban de los naturales de cinco partes las tres, de lo cual tenía gran pena el gobernador, según la voluntad que tenía de dar de comer a los conquistadores.
A esta sazón llegó un mensajero con despacho del visorrey del Pirú, en que venía una provisión de Su Majestad para que recibiesen al príncipe don Felipe por rey como en todas las demás partes se había hecho. Y llegado el domingo salieron por la mañana todos los vecinos e hijosdalgo a caballo con el gobernador. Y llevaba el gobernador un estandarte de damasco carne y con las armas de Su Majestad. Y llegado a la plaza manojeó el caballo, apellidando a España y nombrando a Chile en nombre del rey don Felipe nuestro Señor. Hizo el gobernador aquel día grandes fiestas. Hubo a la tarde juego de cañas.
Otro día, lunes veinte y nueve del dicho mes, llamó a don Miguel de Velasco, al cual te mandó fuese con treinta de a caballo a visitar la ciudad de Cañete. Y llegado a la ciudad, a la sazón se había huido un anacona de aquella ciudad. Y preso por los indios naturales, le querían matar, el cual anacona, viéndose de aquella manera, como era ladino, les dijo que no le matasen, porque él venía con cierta embajada a Teopolicán. Oído los indios lo que el anacona decía, lo llevaron ante Teopolicán y le dijeron que traían un anacona preso. Él les dijo que lo matasen allá, que para qué se lo traían delante.
Oído el anacona el recebimiento que el Teopolicán le hacía, como hombre discreto para aprovecharse con alguna cautela, escomenzó a decir en alto que él se merecía quien se había aventurado a venir por mensajero, mas pues que ansí era, que lo matasen, que él no contaría a lo que venía.
Oyendo el Teopolicán las razones del anacona, le mandó se le llegasen a él, y le dijo que qué decía. El yanacona le respondió:
"Sábete, Teopolicán, que yo vengo de parte de ciertos anaconas que estamos con los españoles, los cuales pasamos muy mala vida, los cuales determinamos, como eres capitán general de esta tierra, de hacerte un mensajero, a los cuales les dije que vendría a te hablar. Y es esto: ya sabes que nosotros estamos con los españoles, y que somos gran parte para ayudarte de esta manera, que tenemos concertado que yendo tú cerca de la ciudad con gente, que al tiempo que vayas, nosotros tomemos los frenos a los caballos y nos vamos a ti, y fácilmente mataréis los cristianos. Y ha de ser a mediodía porque están descuidados y con la calor del sol durmiendo".
Oída esta razón, el Teopolicán se levantó y se quitó de su cuello la chaquira que tengo dicho que hacen de hueso, que es lo más preciado que ellos tienen, y se lo puso al anacona, y le mandó dar un vestido, y le dijo:
"Hermano, eso que dices cumplirlo heis vosotros. Yo te prometo que si tú lo haces, que yo te haré señor".
El anacona le respondió, pues que él venía por mensajero, que tuviese por cierto que sí, y que no se dilatase mucho, que él se quería volver, y que otro día se acercase con toda la gente que pudiese media legua de la ciudad, y que de allí le enviase un indio como que iba a salir de paz, y que hablasen con el capitán, y que él hablaría al indio y le enseñaría de la manera que los cristianos estaban. Y luego el Teopolicán le despachó.
Llegado el indio a la ciudad, se fue al capitán Reinoso y le contó lo que había pasado, y que se apercebiesen los cristianos secretamente, y que mañana vendría un indio por mensajero como que venía de paz, que le recibiesen como cosa no sabida, y que ansí tomarían los indios descuidadamente.
Venido el día siguiente, el Teopolicán se llegó a la ciudad con siete mil indios, y puesto en oculto, despachó el indio como habían concertado con el anacona. Y llegado, el anacona le tomó y lo llevó al capitán, y le dijo cómo venía de paz aquel prencipal. El capitán le habló y le dijo que fuese, y que dijese a los demás que viniesen de paz. Y luego el anacona le trujo por las casas de los españoles, diciéndole que mirase cuán a su salvo podían salir con su empresa. Y el indio se holgaba mucho de ver que algunos estaban durmiendo y los españoles descuidados. Y dijo al anacona que él quería ir a llamar a Teopolicán, y que ellos hiciesen de manera que cogiesen los frenos de los caballos. El anacona le dijo:
"Anda, vete, que vosotros veréis como os ayudamos".
Salido el indio, luego se apercebieron los españoles, y aderezaron ciertas piezas de artillería que tenían, y los arcabuceros por su orden y los de a caballo en sus caballos. Y luego vieron venir cinco escuadrones de indios. Ya que los tuvieron cerca, porque entonces estaban esta gente en la casa fuerte, y llegados los indios, dispararon las piezas de artillería, y luego jugó la arcabucería, de manera que cuando salieron los de a caballo, ya el Teopolicán mandaba se recogiesen para huir, que habían sido engañados. Y no huyeron tan ligeramente que no quedaron más de trescientos muertos. Otro día salió de Miguel de Velasco con sus treinta de a caballo para hacer saber aquel suceso al gobernador, y de esta manera ... la vida el anacona con esta maña y cautela que usó.